
Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán.
Fue vuestra vida un ingenuo devenir de días, la eterna didáctica empírica de los dados sobre mi tablero del mundo, ese que os alimentó desde el principio de los tiempos. Fuisteis tan necios hijos míos… ¿Vosotros? Vosotros no podéis hacer ya nada, o más bien, nunca supisteis hacer nada. Bueno, mejor aún; no quisisteis hacer absolutamente nada cuando aún hubo esperanza. Aferrados a vuestro rol de misántropos granitos en tan magno desierto disteis cada noche de beber a vuestras sedientas conciencias, pero no habéis de confundiros; ni siendo tan estúpidos lograsteis engañarme. Lo sabíais, lo palpabais en vuestros desvelos. Esta canallada fue obra vuestra ¿Por qué anclasteis sino tras mi grito del suelo la mirada? ¿Cómo pudisteis dejarme morir de abandono malditos?
Fuisteis meros contempladores de las colosales crines de la existencia. Divisando apenas la punta del iceberg codiciasteis presurosos los galones, sin pararos siquiera a especular sobre vuestro verdadero papel en el mundo. Devorasteis cada latido de los mares, callasteis las golondrinas hasta tejer vértigo en sus alas… La infame codicia mató a la vida. Vosotros, que en la historia no alcanzasteis más que a huir de la palabra muerte, vinisteis a arrasar mis pulmones y desangrar mis fuentes. Malditos seáis canallas, meditantes de Alejandría y memorias incunables. Diletantes literarios ante la fe de mis montañas y sus piedras eruditas. Diletantes del saber, por deambular ciegos ante mis tesoros y caminar mis senderos clavando banderas. ¿Cómo íbais a mirar adelante sin echar la vista atrás? Y ahora, por fin me habeis hecho llorar insensatos, tanto... Tanto.
Malditos seáis por siempre entusiastas del poder. Malditos seáis por sainar vuestras ciudades, por devorar a tanto hermano… Llorad por la quietud, cuando ya no quede nada.