RÁFAGA DIURNA

"Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única".

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

EL MENOR DE LOS MALES


"Tenía tan mala memoria que se olvidó de que tenía mala memoria y se acordó de todo".

Ramón Gómez de la Serna (1891-1963) Escritor español. Autor de Greguerías

Te olvidé como se olvidan las cosas que no interesan, sin malicia, sin venderme a cualquier precio. Lo hice desde esta nueva posición, obligado a crecer más y más, no ya sin percibirlo, sino como el resto lo hizo siempre.

Te arrinconé porque soñar salió al fin caro, porque llenar el saco de años sin más aniquila los atardeceres, el espigón y su oleaje, pero no es más que vida al fin y al cabo. Deseché tu prisa por pausar la mía, porque hacerse mayor tiene estas cosas por más flores que florezcan. Sacarte de mí a fuerza de nada, ahora que el otoño me abofetea en pleno renglón y las ofertas salen tan caras...

Discreto y obstinado, así te retiré de mis adentros, como si no pasara nada, como si de lejos siguiera siendo el mismo algo más triste. Yo te abandoné por la necesidad de perderte, de vencer al niño que gritando me sonríe dentro cuando más lo necesito, cuando reconforta seguir echando a flote mi barquito de papel... Porque esta prosa de alcantarilla me miente cada vez menos, como mi parque de siempre al que ahora acude el mundo mientras taciturno observo en la distancia.

Te aparté al fin por marchar a ninguna parte, por adivinarme ante el espejo como el hombre que al fin soy tras tu fuga; como se ocultan los celos que viven por siempre en uno, a sabiendas de que estarás ahí mientras siga embistiendo a los días como el menor de los males.

QUERERSE EN PEDAZOS


"El deseo muere automáticamente cuando se logra: fenece al satisfacerse. El amor en cambio, es un eterno insatisfecho".

José Ortega y Gasset (1883-1955) Filósofo y ensayista español

La calle en que se conocieron hablaba de flores prendidas de los balcones, como un par de pendientes que a cada reja le recolgaran gráciles cual zalamera mirada.

Corrían aires de libertad sobre las viejas persianas, bajo una cepa de nube que a bostezarles sombra vino. Trotaban galopes de viento con recelo a primavera y un rubor de adolescencia se les posó en la mejilla con la finura del desconcierto que al amor precede.

Y se hizo tarde. Se hizo tarde este mundo para habitarlo a medias en plena huida de juicios. No había nombres aún, apenas la voz que a dos gargantas una simple presunción le adivinase; pero no eran aún y ya fue tarde, a pesar del asombro de encontrarse al fin, entre tanto mundo, sin soltarse la vista entre cal de farolas, atados de por vida al desmentir de la ventura junto a la plazuela.

Era aquel el día, de sur a norte lo predicaba una alondra, pero la vida llegaba tarde a su soplo de amores, justo en vísperas de un corazón revuelto entre pestañas. Y se apresuraron a calzarse los ojos del otro antes de que estallara el latido que les tambaleaba la madurez... pero era tarde. Tarde y se les mermaba el presente codiciando aquel beso mientras alado volaba sin retorno el instante más feliz de sus vidas.

La calle en que se vieron hablaba de flores y hoy la cruzan mil pasos que ya no preguntan por ellos. Ellos, que por certeza se condenaron a extrañarse hasta la muerte se desgastaron de cerca hasta quererse en pedazos, con el furor de los mares desatados en aquellos breves segundos, para siempre, como aman las orillas destinadas al trayecto... Al trecho de rozarse sólo en lo perdido.

LA ELEGANCIA DEL OLVIDO

"El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado".

William Faulkner (1897-1962) Escritor estadounidense.

Ella lo vio en ese espacio justo que distaban sus bocas, justo entonces, cuando todo era irrompible en aquel callejón marinero, maravillosamente imposible al principiar de dos amantes, como ese único beso en que al fin lograron besar tantos años desbesados; infatigable hasta verse posado en los labios ansiados, de otros ojos a los suyos sin pedir permiso al mundo.

Y ahora él tenía que volver a charlar con ella, debía verla de nuevo y arrugarse ante su grandeza cuando pisara la calle, porque necesitaba ver estallar al amor de nuevo en cualquier esquina como entonces, rescatarse de sí aunque fuera un segundo… Pero ya no estaba allí, apenas compartían planeta, mas era éste, tristemente éste el mismo en que se amaron hasta quebrar el pecho, hasta olvidar las ganas de ganarse al otro.

Porque ahora ya no se jugaban la vida, ya no eran tan valientes, tan inevitables en sus refugios. Ahora callaban cuando tenían que callar, cuando se tornaba imperdonable perdonarse el paso, el salto al abismo en que hoy a veces se recuerdan. Porque al vuelco del corazón aún recuerdan las gaviotas, aunque vuelvan a mentirse, como niños soñadores descolgados de una nube.

Partir hacia atrás es avanzar en busca de nada, una nada que contenta, que complace a los poetas anegados de nostalgia y soledades compartidas. Pero para ser poeta no basta con juntar letras, ni siquiera perfumarse de pericia ante la pluma, escupir rimas ni versos... Para sentirse poeta hay que dolerse en lo bello. Para ser poeta has de ver morir al amor alguna vez en la vida.