RÁFAGA DIURNA

"Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única".

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

LA SOMBRA DE LA MUSA


"Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía".

Gabriel García Márquez. Escritor colombiano.



La lloré, luego existí. Y no será necesario callarlo por más tiempo, ya la vida sola se ocupó de volverla un erizo moral, de rechazar a espinazos cuanto quise saber de ella, cuanto hice por amarla.

Así, justo como nunca pasaría, como se abandona un perro al morir la navidad, por la indolente puerta de atrás marchó. Así, como muda en un descuido el niño a hombre en unas manos de mujer, sin hacer apenas ruido. Justo de aquel modo, sin disputas ni contiendas, sin tiempo para esas dudas que jamás nos asaltaron, soñándole un futuro inmutable a este cementerio de besos; así me fui desangrando en su atroz desliz. Sin una riña en que abrigar el refugio de mis noches, sin un resquicio en que atisbar el precipicio, llorando ingenuo mi perplejidad, desnudo ante la quiebra de mis días... Así se fue, con todas mis cartas y flores, con la ropa que siempre nos sobraba. Se alejó desidiando el drama, con el hueco de mi cama en su costado, extraviando los andenes desandados. Sin huellas ni testigos de cargo zarpó, perfecta en la ejecución del derrumbe interno.

Y marchó para quedarse entre mis tripas cobijada en otro torso, con la apatía mordiéndole el recuerdo. Cansada de estas manos usuales, de este amor habitual que le recitaba al oído el pálpito de adorarla cada segundo de toda una vida. Protocolaria en sinrazones partió, con las pupilas lejanas camino de otros ojos y un corazón inhóspito a los míos. Y yo, vacío de mi, viví por siempre desalojado de la vida tras la sombra de la musa.

LA ELEGANCIA DEL VIENTO

"Yo voy a ti como va sorbido al mar ese río".

Ramón de Campoamor (1817-1901) Poeta español.




Déjame ser tu capitán niña del aire, deja que te acune cuando el hastío te venza.

Déjame entregarte la vida entera a cambio de nada, cubrirte de promesas la sonrisa de chiquilla mientras jugamos a querernos como rauda cruza esa alondra el cielo sin advertir el milagro que encierra su vuelo. Déjate encallar sin miedos a esta orilla mía de abismos y zaguanes donde todo es realizable, donde arriar los imposibles periodiza cada día y arden mis venas latiéndote la ausencia, palpitándote el reencuentro en una nana que adormezca cada espera; toda eterna despedida con la astucia del diablo.

Tómame tuyo, como me doy. Sin asomo de artificio ni disfraz a mis vergüenzas. Asume a ojos llenos que eras tú, concibe que nos aguardamos desde la primavera del mundo a la espera del cruce de senderos, al acecho de prendarnos por certeza. Quiéreme sin recatos, devórate el decoro y vuélame libre alzada sobre aves de paso, de pico de oro... Esas que sólo revolotean; no surcan de la mano.

Deja que te repte la cintura cosida la carne al empeño de amarnos, con la elegancia del viento rozando las olas de piel en tu nuca. Déjame mostrarte lo bello de huir en caricias mirándonos adentro, como si el alma expirase al cesar la batalla... Como si nada luego fuera a ser ya cierto. Parte conmigo a la luna y despójate del gris uniforme de la igualdad, de la equivalencia diaria y los exactos congéneres en fila encaminados a materiales propósitos altivos. Átame a tu vida, líbrame del mundo por siempre jamás.

LA MIRADA DEL ADIÓS

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada".

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) Poeta español.


Creía tanto en ella que apenas se miró a sí mismo cuando disolvió la nube de azúcar de aquel modo tan ingrato, desleal y pérfido. Todo acaeció de un modo tan ágil y presto que bien iba a suceder pasó de largo sin un culpable señalable, dejando un par de heridos graves tras la parpadeo sostenido desde el fondo de la calle.

Sin avisos de derribo ni advertencias de abandono, sin apercibimiento posible que justificase su causa, inocente del delito de prendarse sin juicio como arrebata impasible la muerte a la vida... Así arrasaba de un plumazo las tardes de paseo a su memoria el choque de planetas que estallaron en aquel par de miradas entre terceros, en aquel segundo que detonaba cualquier presente establecido hasta ese instante. Destripado, él ya no se importaba y vio morir el amor a corazón abierto en plena calle. No necesitó un parpadeo de repulsa, ni un adiós a borbotones perfumado de lamentos; ni siquiera cayó frágil una lágrima de ocasión porque él la estaba viendo llorar por dentro. Necesitaba rescatarla del hoy, devolverla al pasado en que aún era suya... Pero por entonces ella ya había cambiado para siempre.

Era su mano ya gemela de la diestra, su alma ese bolero que siempre temió bailar, y su boca otro pañuelo de estación a la espera de un adiós tan próximo como sangrante fue la espera... Y no quería ella patear su corazoncito, pero volaba a otro ras sin más culpa que haberse enamorado. Y lo quería tanto que temblaba sólo con pensarlo, pero ya estaba todo perdido, mudado hacia otros versos. Se le había encabritado el corazón en aquella mirada y estaba perdida. Él había arrojado su vida al pecho de una desconocida y se precipitó por siempre al vacío de aquellas pupilas escarpadas.