RÁFAGA DIURNA

"Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única".

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

BOSSA NOVA


El mundo siempre necesitará que lo salven mientras el cielo siga siendo el refugio del cauto, el poder su anhelo, la ira el pretexto, una flor desperdicio… Mientras la vida rara vez nazca a lomos del amor y el hombre sea enemigo del hombre en su bondad, usurpador de bellas infancias, codicioso en su egoísmo y fanático de su propia incultura.
Quien libre camine a través de esta maraña de cables, petrodólares e inmundicia solidaria con la que cenamos anestesiados frente a una caja tonta cada vez más idiotizada será quien guíe los pasos de ésta puerca humanidad. Sólo el día que un gobierno prohíba la lectura dejarán los libros de ser una especie en extinción; al rebaño lo mueve el morbo a lo pecaminoso y sólo a cerrojazo harás morder al pez tu anzuelo, son así de obtusos… En estos tiempos hambrientos de paz me dejo acariciar por el aroma de una bossa nova, vacío los bolsillos de prisas, me pierdo mar adentro en su reconfortante armonía y me cuestiono dónde andará pasando Dios sus vacaciones, supongo que pactando la exclusiva...
Para algunos el tener mucho es poco, para otros el vivir lo es todo.

DETRÁS DE LAS ESTRELLAS

Cuando dominas el mecanismo de un reloj, sus engranajes en perfecta conjunción y armonía; cada pieza contribuye a lograr la sinfonía perfecta y desnuda al mundo con el sabio poder del tiempo. Si consigues entender la complejidad de un reloj puedes entender cualquier cosa, todo; causa y efecto, acción y reacción, cómo cambiar el futuro…pero jamás inquietarás al pasado.

El pasado es inmortal porque se aloja detrás de las estrellas, en un espacio atemporal donde las realidades presentes se sostienen pendiendo del fino hilo que nos hace seres mentalmente equilibrados. Es en ese pasado donde te alojas tú y todo lo mío que contigo te llevaste. Me pesará la vida y la muerte, pero ahí estás tú porque la vida quiso, sin rodeos ni vaivenes; quiso y te fuiste para siempre, en toda la inmensidad, crudeza y amplitud universal del término, sin derecho al reproche; simplemente nunca más te podré ver. Faltarían palabras en este mundo y sobrarían a la vez miles de maneras de expresar mejor lo que escribo, pero escribo lo que en carne viva me sale del fondo del alma sin miramientos ni pretensiones de engalanar por un solo segundo este desesperado alegato a mi desdicha, ahora que el más absurdo impulso me ha colocado frente al portátil en plena noche cerrada.

Es tan honda la pena negra que me cala por dentro que jamás nada ni nadie logrará espantarla. Está anclada al pasado y como tal, sólo puedo tratar de burlarla a ratos, a días, a mujeres, a cubatas, a canciones...Pero siempre regresa.
Son las 6 de la madrugada y vengo de tocar; mi día ha transcurrido genial, como toda la semana; echando cojones, saliendo del bache...Miré por la ventanilla de la furgoneta las estrellas imaginando que de algún modo estarías tras ellas; he entrado en casa, y no puedo parar de llorar. Necesitaba desahogarme, es absurdo, pero las letras a flor de piel de mi palabrafernalia guarida abrigan un poco éste bajón tan solitario y sirven al menos de momentáneo consuelo....

Lo siento papel, mañana estaré mejor.

SÉ DE MUJERES

Sé de mujeres más bonitas que el balcón de la Alameda, son las que llevan en su cara el sur del mundo en primavera. Y de mujeres más valientes que los niños de La Habana, son las que pintan en su frente las cinco puntas de Guevara.
Y mujeres tan divinas que al morir no te dejan ni rezar. Y mujeres más profundas que los clavos de mi tumba. Y mujeres tan mujeres que al nacer lloran como una mujer.
Sé de mujeres sin nombre, sin patria, ni carretera. Mujeres que son de cualquiera, que reniegan de ser hombre. Sé de mujeres graciosas, Cádiz las hace distintas...
Sé de mujeres buenas y de mujeres malas que no vale la pena ni siquiera nombrarlas.
Sé de una viejecita que es la que más me quiere y esa es mi madre del alma, la reina bonita de las mujeres.

(J.C. Aragón)

HAY AMORES


Hay amores que nacen en primavera,
hay amores que estallan en Carnavales,
hay amores malditos pero inmortales,
y malditos amores que ojalá no viera...

Hay amores que se mueren y resucitan,
que lo mismo cautivan que te desatan,
y si es verdad que hay amores que matan,
seguro no habrá nunca muerte más bonita...

Pero hasta los amores ya se van con estos tiempos,
y estos tiempos qué saben de amores
que son más fuertes que el viento...
o será que los tiempos de ahora han tenido la suerte
de fabricar sin dolores amores más blandos
y vientos que soplan más fuerte.
Por lo menos ya la muerte, no será de un mal de amores...

Pero el tiempo más grande que hay
es el del amor si es amor infinito,
y yo que lo tengo no lo cambio
ni por otro amor ni por un continente.

No lo cambio porque en este mundo
no hay nada más puro que pueda encontrar,
y aunque a veces me haga ser esclavo
tampoco lo cambio por mi libertad.

Si la muerte, tiene que llegarme un día
a Dios le pido que me llegue entre sus brazos
que si muero por amor...
me sobrará la otra vida.
(J.C. Aragón)

DE OTRA MANERA


Puso tu dios en mi saco la plata para devorarnos,
corbatas para nochevieja,
pasión de esquina para enamorarnos,
Nenuco para pobretones
y esparto para el corazón de los bandoleros.

Hippys que en un canuto se fuman sus ideales,
pijas que en primavera calman en Zara todos sus males,
seda para tu verbena,
rejas para el que no llora por su bandera...

Ni cielo para el bendito
ni desamor para el loco que trepa a la enredadera
de vivir de otra manera;
libres como los besos vuelan mis versos
para los que estamos siempre en las nubes.

Ay, mis canciones de cuna
mi poema a la luna,
mi mensaje a la mar...

Ay tu traje de domingo,
tu quiniela a las cinco,
tu rutina de amar...

Ay, pobre del que no sabe
de guitarra en la calle ni pellizco al cantar...

De esa loca pasión de vivir al son de la carretera,
tirando de ilusión, jugando revanchas con la veleta,
trazando melodías que den zarpazos al corazón.

Sueño con la fortuna cuando la luna pisa la calle
remiendo el porvenir;
bajo el aguacero tiro palante,
que el hombre solo es libre cuando no vive para trabajar.

NUDO MARINERO

A la media luz de las viejas candelas
quiero cantarte niña al son del aire,
ahora que vaga sola por las calles
mi melodía...

Si te alejas de mí cuando la noche despierte
llorando por ti te vestirá de recuerdos la luna de abril
arrecía de besos,
porque el aliento de tu pensamiento vive anclado al mío,
perdimos el hilo pal descosío y sólo nos queda vernos marchar.
¡Ay! Verte marchar...

De caracolas es el rumor que vuela por los callejones
en donde aprendimos a vencer el miedo,
porque a tu lado mis días duran menos.
Recuerdo tu voz, y un nudo marinero en el corazón
no deja que me duerma sin tu calor,
y beberé, beberé los vientos.

A la media luz de las viejas candelas
jirones del alba tras el remolino
de risas que cabalgan contra la corriente
del destino...

MARABUNTA

El piso solo, tal y como lo dejé; con sus sofás desenfundados, las colillas vacías de humo, las colchas sobre el monitor, el teléfono gritando silencio y el mantel de vaca amigajado. Paz, demasiada...Creo que me moveré a dar un buen paseo en bici a ver si a esta cabeza desbordante de garrafón y tambores le da por sosegar su latido constante de taladrantes termitas; espero que el termalgín de Mamen logre, sino exterminarlas, al menos doblegarlas antes de que caiga el telón de otra aciaga noche.

El Womad dejó tras de si su reguero de palmas, sombreros y nostálgicos zarcillos a los que la traicionera melancolía trató de agarrarse cuando menos voz quedaba para implorarla. Las pizzas se multiplicaron en los bolsillos de Joselito con su abanico de esperanzas y su descarado poema en vena callejero(maldito bendito titirimundi...), la tarde se arremolinó entre las murallas ansiando la llegada de una oscuridad que nos arropase, y entre macetas, Conchis y Piedes se nos fue muriendo la noche cuando más quisimos agarrarla.

Fue buena, sin duda, bella la fiesta como tantas otras, pero qué indigna y larga se muestra la obsesión de atiborrarse a amigos cuando aun resuena en el momento mas inoportuno ese duendecillo que te susurra que te acurruques en unos brazos, ahora sí; perdidos en el tiempo. Sería de necios negarlo, la vida tiene estas cosas, las heridas pueden taparse, pero es solo el tiempo quien sabiamente acaba por cerrarlas. Caigo, me levanto, sonrío, tiemblo, disfruto y saludo desde la otra orilla a ese presente futuro que sin duda ha de venir, cargado espero de una vez por todas de certeza y madurez con la que abrigarme ahora que la vida me debe el empate.
Algunas veces vuelo y otras veces; me arrastro demasiado a ras de suelo...

Se va la luz por mi ventana, suenan bocinas en el McDonalds, la tarde huye callada y sorda por mi tejado, ayer sobraba el hoy, y hoy me sobrará el mañana.

CAFETERÍA DE ECONÓMICAS 99

Lejos quedan ya la diana, los papeles tickados con acuse de recibo, los gusanitos y el biofrutas tropical... El empollón repeinado que ordena apresuradamente los apuntes que le acaba de devolver el chulo de quinto, la empollona sabelotodo que debate acaloradamente sobre temas de poca monta con su auditorio de todo a cien, el macarra despeinado que aún no se ha acostado desde el viernes y ha venido únicamente para fardar con sus colegas de la tetona que se ventiló el sábado en la Katedral...

La colegiala de chupachups en el escote y minifalda a los Britney que viene a ofrecer su rutinaria pasarela de tacones vertiginosos al baboso de turno que sueña con desfogarse en el descanso de clase... El profesor puro en mano y bata desplanchada que discute con el camarero el por qué de esa absurda forma de obcecarse con los fumadores como si fuesen alimañas a exterminar de un nuevo mundo libre de humos, la humilde limpiadora de rosa uniforme y guantes de látex empeñada en barrerle los pies al que no los levante, con sus pinzas del pelo, su moño agitanado y su triste mirada tratando de buscar una explicación al fracaso escolar de sus niños, con lo que ellos estudian en ese cuarto cada tarde hasta caer el Sol…

Y ahí, en un rincón aislado de la vorágine que engulle a toda ésta plebe sigo yo; con mi facha de farraguas y mi perilla de tres días. Ahí me hallo yo, en el mismo sofá morado en el que un día me senté recién llegado, y lleno de satisfacción escribí a boli: “Ambientales 99”, anhelando un prometedor futuro lleno de excitantes cambios y experiencias, lejos del salitre de la Bahía. Bendita guitarra pobre iluso...

FOGONAZO


A veces quisiera poder decir basta y liquidar de una vez esta deuda de sueños que tengo pendiente con la almohada, dejar fluir la paz que debo tener en algún rincón de ésta maldita cabeza y quedarme anestesiado al instante, sin rodeos ni vaivenes, sin remordimientos ni problemas cotidianos que me impidan relajarme. Relajarme...con eso ya tendría suficiente, al menos de momento bastaría con eso para despejar esta mente saturada de música, familia y mil problemas insustanciales; que sin ayudas externas ya me ocupo yo de que tomen cuerpo.

Naranja, ese es el tono de luz que dejan pasar las rendijas de esta persiana. A menudo y sin explicación aparente, trae a mi mente recuerdos borrosos de un aeropuerto, de farolas continuadas emitiendo una lúgubre claridad a altas horas de la madrugada. Acostumbra mi madre a decirme que son retazos de Valencia, cuando esperábamos el avión que nos llevaría a Ibiza; o que nos traía de ella, la verdad es que nunca supo precisarlo. El caso es que si no me falla la intuición debe ser el recuerdo más antiguo que mantengo aquí dentro y quizá por ello le tenga un especial cariño.

RECUERDOS DE CHICO

Para ser tan bella como cuentan no distaba mucho de una de aquellas acuarelas multicolor que embadurnaban al secado de Octubre las ventanas de las guarderías de la plaza, tantas veces transitada en su ir y venir de aceras rebosantes de historias personales que tomaban a toda prisa los mil y un destinos por concretar de aquel rebaño de almas solitarias esclavas de las manecillas de un reloj vital que, asfixiado en su hastío cíclico, lograba restar un segundo mas y otro a esa locura colectiva a la que algunos aun se empeñaban en llamar vida.

Puede que fuese la inmadurez de unos ojos aterciopelados a base de peluches del todo a cien y sobredosis a destiempo de calor maternal lo que tejiese aquel velo grisaceo que a duras penas le permitía desgarrar un jirón de sorpresa en sus acuosas pupilas cuando un lunes cualquiera como aquel, aparcaba por un instante el deseo de olvidar aquella pesadez en cada una de sus extremidades al reclinarse en el sillón por enésima vez, y volvía a trepar a su selva particular de antenas carcomidas por el óxido y la vagancia propias de una existencia limitada a desvelar hojas de calendario, para abandonarse a su reino de leves instantes en los que tanto le gustaba sumergirse desde aquella azotea desconchada y anhelante de cal, en la que siempre se sentía más seguro al reposar su trasero en aquel cubo de latón y tratar de identificar algún trino de gorrión sofocado y engullido por el maremagnum de bocinas y tumulto generalizado pisando fuerte sobre el frío asfalto.Era entonces cuando, apoyado en las baldosas color carne del bordillo a modo del asíduo mujeriego de la tasca de la esquina, concentraba todos sus pensamientos y menesteres en tratar de percibir la infinita gama de colores que, en cuestión de frenéticos minutos, teñían al mundo de aquel modo tan supremamente sincronizado desde el celeste de los arrebatados sueños infantiles a lomos de un unicornio blanco; hasta el azabache espeso más rotundo y voraz de una madre tierra que, pese a su sagrada e incombustible ternura de ríos mansos y hoja caduca, parecía comenzar a perder la paciencia trayendo por castigo el verano más eterno que se recordara. Era entonces cuando su subconsciente suplía la próxima mala pasada a jugar, para sumergir todos y cada uno de los desafiantes poros de su cuerpo en la magestuosidad de un hecho tan superficialmente cotidiano como místico y maravilloso en una misma e indisoluble conjunción divina. Era entonces, solo entonces; cuando la paleta cromática de su precoz y dilatada mente adolescente jugaba a soltarse de la mano de su coraza labrada a base de desencantos y volaba en caida libre de una rosada nube algodonada a otra, hasta incrustarse indefinidamente en la inmensidad de un horizonte salpicado de bloques demacrados y tendederos cenicientos en un intento agónico y tenaz por imaginar qué habrá sido de ese Sol engullido en altamar, dueño del calor universal que desborda y tirita, que por un instante había logrado desprenderle de la casaca funesta de la mediocridad que todo lo envuelve cuando sudas en el autobús, cruzas la calle contando baldosas impares, vuelves a comer tres veces al día o le sonríes a la muchacha de tu sueño más utópico tratando de aparentar la certeza de la que todos carecemos cuando volvemos a encontrarnos a nosotros mismos una noche más delante de un espejo que escupe espuma de afeitar y te recuerda que hace no demasiado tiempo, ni siquiera hubieses reparado en la colonia gastada que apuntaste ésa misma mañana en la lista de la compra.

Las noches por contra, transcurrían una tras otra ausentes de encanto palpable desde su posición de zagal enjaulado bajo las faldas de mamá y el devenir de un padre grosero y pincel llamado Antonio, errante y locuaz, tan frío como calculador y con la maldad a cuestas propia de todo el que no sabe resignarse a admitir que en la vida para ganar, tambien hay que saber perder sin hipotecar tus días por coqueteos con la bebida. La vida fácil debía caer del otro lado del pueblo, o a ese pensamiento al menos era al que se agarraba fervientemente en su quejumbroso modo de enfocar un presente mucho más digno del que se le antojaba pintar a diario en esa cabeza rebosante de pájaros que algún día le pasaría factura según acertaba a vaticinar su abuela Pura, vacunada hace milenios de nostalgias laberínticas y con el aplomo y suspicacia que te otorga torear al olvido, embarrarte los tacones y volver a respirar sin alma, sólo por inercia, tras la pérdida de su Juan, en una lúgubre tarde de hoguera y carambola.

En el barrio la vida asomaba en balcones frescos como bandadas de palomas y se despeñaba en las cunetas sedientas de grava; en los terregales y descampados que colindaban los felices rastrojos brotantes de la nada más absoluta. Los pescadores tenían un mar azul por castigo y quemaban los años intentando tejerlo de redes y amarres a puerto. El pulso bombeante de vida lo brindaban las flores de los arreates, el zurrón y los galgos de un bosque de pinos, la brisa que cruza y golpea de lleno, la lluvia esporádica y danzante de aquel amago de Otoño, las lágrimas de un nuevo corazón quinceañero herido, la vírgen marinera de procesiones cuesta arriba, el pan duro al levante, el ovillo de las abuelas en casa puerta, la siembra despeinada de las parcelas, la ausencia brutal de cordura en las escuelas, el baile de la ropa entre las pinzas y el último canasto de mimbre con sultanas de coco y huevo vociferando a la orilla de la playa. Aquello era tanto y tan poco a la vez que cada día parecía amanecer en un sitio nuevo, con cosas por pasar enormemente buenas o insoportablemente malas. Era la sensación de tenerlo todo y nada a la vez, ser la envidia del mundo y a la vez estar harto de ver siempre lo mismo.

Daniel no contaba con la tardanza de la madurez cuando trataba de autoconvencerse de que su sensación inequívoca de encontrarse siempre en el lugar equivocado nada tenía que ver con sus apenas diecisiete primaveras de escarcha y sudor. Simplemente era diferente, tan sencillo como dos simples y llanas palabras pero con un contenido mucho más nutrido de rechazo atemporal hacia el presente que no le dieron a elegir. Jamás pidió crecer pero para él, a diferencia de cualquiera, supuso algo más que apagar velas. El no era su amigo, además de no profesarse sino algún atisbo de aprecio hacia su persona. Sin embargo era él un chico feliz, afable y simpático con el extraño don de la palabra que no era ni de lejos tal, sino el fiel reflejo de ser por destino el tuerto en el pais de los ciegos, o eso al menos le gustaba pensar. Sabía salir y divertirse como cualquier otro en su lugar, pero él no era como los demás, o al menos eso le recordaba a diario su yo mas interno. Eran el Carlo y el Yoni sus escuderos más fieles, aquellos amigos de los que todos guardamos recuerdos precisamente por ser eso, verdaderos amigos, no simples colegas. Para colegas ya le sobraban los fines de semana, y más aún ahora que acababan de soltar después de tres años y dos meses de condena a su hermano Paco, el primogénito en la familia y en el tráfico de estupefacientes a sus veintisiete años, lo cual le hacía involuntariamente, desde que gozara de uso de razón, ser respetado en los círculos más oscuros del pueblo como el intocable hermano de uno de los capos provinciales.

Los amigos se trabajan y se forjan en la infancia, tirando piedras a los nidos y robando nísperos en el campo del viejo Robustiano, siempre con su desencanto ajado en las arrugas y la vieja Mobilette azul aparcada en tenguerengue justo a la entrada de la casa de cortinaje amarillo y blanco. El Carlo era su ojo derecho pero a la vez su antítesis. Tal vez la lealtad mutua era el lazo que más les aferraba, pero a pesar de tener ambos la misma edad, el Carlo abandonó sus estudios justo en cuanto la ley se lo permitió para pasar a trabajar como aprendiz en el taller de su padre, un hombre fumador empedernido calado siempre con su chandal y su mono de trabajo grasiento a rayas, curtido ya en mil batallas y con el peso de los años arqueándole la espalda. Ese mismo peso fue el que lo llevó hace dos semanas a la óptica y a tener que empeñarse a final de mes por culpa de una vista cansada galopante y un principio de cataratas que de momento eran amortiguadas con unos magníficos cristales antirreflejantes de montura dorada en promoción. El Yoni era el mayor de los tres y ya sumaba diecinueve años a su sabiduría popular. Al igual que su otro amigo él tambien abandonó las clases en cuanto vió vía libre, aunque de un modo algo más precipitado, puesto que a falta de dos días para la conclusión del curso vigente, semejante angelito no tubo mejor idea que taponar el desague del lavabo del laboratorio de plástica con un mazacote de plastilina que mangó en clase de plástica, dando rienda suelta al grifo en el momento en que cortaron el agua debido a unas obras en la canalización de la urbanización de enfrente. Al día siguiente, tras haber pasado toda una noche entera soltando litros y litros de agua sin parar en cuanto se subsanó la avería, todas las aulas amanecieron anegadas por completo y hubo pérdidas millonarias de material, tanto de libros como ordenadores y demás. A pesar del nudo contenido en la garganta cuando aquella mañana el director interrogó a todos y cada uno de los alumnos sobre la autoría de semejante fechoría, la sangre no llegó al río y ningunó se atrevió a delatarle, a pesar de lo cual los daños tuvieron que ser reparados por los bolsillos de una APA indignada y pataleante que clamaba justicia y encontró a cambio una dosis instantánea de cruel realidad. Pasado el bochornoso capítulo se alistó a una cuadrilla comandada por su vecino David y ladrillo tras ladrillo fué levantando los cimientos de una nueva y sufrida vida a cambio de la cual empezó a conocer el significado de la palabra nómina a golpe de pala y hormigón.

Aquella era sin duda la irrefutable materia con la que construían su porvenir la práctica totalidad de los niñatos vecinales. Eran manos juveniles las que ardían encallecidas de sol a sombra, de invierno a verano, reventando el canto de los gallos y desvelando a las lechuzas. Aquellas espaldas en formación se contaban por cientos, las astillas que quebraban bajo sacos de cemento no sabían de ciática ni lumbago, eran simples potros carboneros a las órdenes de un capataz que no sabía de cansancio ni lamentos, sólo de máquinas humanas milimétricamente programadas para rendir sin miramientos bajo un sol abrasador o una helada madrugada. Presumir de deportivo negro a los dieciocho bien valía un decorado de ladrillos enfilados chorreantes de mezcla sin fraguar, eso ya lo sabía el Yoni tiempo atrás cuando por fin pagó la primera letra de aquel bólido carroñero de tercera mano aun por tunear. Aquella era la piedra angular para cualquier cateto que, a falta de saber dividir correctamente, supiese encontrar un rayo de esperanza en aquellas lunas tintadas para poder seducir a la primera niña fácil que se cruzase cualquier sábado noche en su camino. La vida no era complicada, básicamente fácil si además no sabías resistirte a la tentación de aceptar el primer chivatazo nocturno para acuclillarte tras una duna y vigilar la más que posible llegada de los picolos, a cambio de una paga triple en mano antes de que saliese el sol. Pero aquella tarea parecía reservada casi por patente al Nano; el portero de la discoteca del pueblo donde trabajaba Sonia y a la vez amigo con derecho a más que roce en las últimas semanas. Ella, rubia teñida a lo Britney, gustaba de provocar al personal con aquellos vertiginosos escotes y sus perennes coquitos a lo Lolita, lo cual desesperaba hasta el borde de perder los papeles algun día a su hermano Dani, quien se afanaba sin consuelo a contar lentamente hasta diez cada vez que el ciego de turno buscaba desde la barra una razón más para creer en el paraiso cada vez que se agachaba a recargar la nevera de hielos huecos y sorprendentemente poco duraderos a pesar de su tamaño, dejando espacio a la imaginación del personal con aquel mini cinturón de cuero con el que bien podría perder el aliento el más pintado. Cuánto deseaba que algún día pudiesen ver a su hermanita de fresa en bata recien levantada con el colirio tratando de resucitar unas lentillas devoradas por la incipiente resaca, corrosivo tabaco de liar y unas pestañas saturadas de sombra barata. Sonia podía ser tachada de tantas y tantas cosas que para oir lo menos posible destinaba sus días a compaginar sus labores de camarera-gogó con un curro barato de cajera en el supermercado a media jornada, con lo cual lograba mantener a flote sus caprichos y vicios varios, con los que practicamente a diario coqueteaba en exceso. Si la vida le ordenaba, ella le daba coces. No sólo de carácter vive el hombre; pero sí aquella mujercita que a sus veinte añitos sabía hacerse respetar en cualquier terreno, desenvolviendose como pez en el agua gracias a la viveza de aquella mirada encumbrada de por vida bajo el perpetuo rímel de importación de los chinos.

Las semanas volaban a la espera de que alguien se apiadase en detenerlas bajo aquel techo que cobijaba los sesenta metros cuadrados mejor aprovechados de la región. Corriendo aquellos días de aclimatación a los primeros chaparrones, se agradecía enormemente el calor que, aunque poco familiar, desprendían seis almas sobre los muros tabicados de aquel tercer piso. Alicia, siempre perfumada bajo una montaña de rulos, galopaba como cada día entre planchas y cacerolas a la espera de ese beso que casi nunca llegaba, excepto a cuentagotas en algún arrebato de aprobación de su hijo Dani por un cocido bien guisado o aquella urta a la roteña de la cual sólo ella parecía conocer el secreto. La noria de sentimientos que giraba y giraba en torno a Alicia dividía sus compartimentos a modo de habitaciones; desde un recibidor lúgubre bajo la luz de una intermitente bombilla cascada de sesenta vatios, dos marcos que encuadraban sendas piezas de Van Gogh del coleccionable quincenal de temporada post-vacacional y un perchero añejo y carcomido por la soledad de todo un verano calzado de gorras y riñoneras, hasta un salón de garrafón lamentablemente mal distribuido que se despeñaba hacia el abismo de un mar de colillas mal apagadas, alpargatas desperdigadas por doquier y un guiñol de sombras y luces de diecinueve pulgadas que hacía las veces de televisor; pasando por cuatro fogones entrapados, una nevera semivacía y una insoportable lavadora que disfrutaba marcándose auténticas coreografías de claqué coordinadas por un sonido infernal que ni tan siquiera dos puertas cerradas a cal y canto eran capaces de atenuar por completo. Aquel retiro espiritual lo completaban un cuarto de baño y tres dormitorios, de los cuales Sonia se adjudicó por aquello de ser la niña mimada el que daba a la calle con un intento de balcón aun por terminar; Daniel y Paco hacían las veces de buenos hermanos como compañeros forzados en aquel cuarto plagado de posters de futbolistas tras la reinserción social de éste último, y Alicia trataba de abarcar por completo con los brazos en cruz el silencio sepulcral de una cama de matrimonio compartida con ella misma desde que Antonio decidió manchar de whisky su letargo en el sofá del salón tras la penúltima disputa por el impago del recibo de la luz.

Diecisiete años recien cumplidos no daban para atrapar por completo el esplendor de una mente capaz de suscitar ideas perfectamente definidas acerca del futuro próximo que se avecinaba ahora que ya pertenecía por derecho a la élite, la sociedad altiva estudiantil, aquella posición desde la que uno se sentía con más derecho que nunca a mofarse del novato de primero ó suscitar las críticas de los chavales de un tercero aun por aclimatar a su nuevo estatus. Aquella decisión de embarcarse sin miramientos a la aventura de ganarse un futuro puesto como universitario en Sevilla ó Cádiz no le fue inculcada absolutamente por nadie. Tanto que, exceptuando a una madre indecisa pero a la vez orgullosa en su foro más interno, nadie se preocupó de alentar lo más mínimo aquellas horas desparramadas en su viejo escritorio. Esto lejos de desmoralizarle, hizo a Daniel sentirse más y más fuerte a la vez que orgulloso de sí mismo, cada vez que descubría que las charlas en casa se le iban quedando cortas, mudas y sobre todo obsoletas; que el cruce de palabras de cada tarde con los colegas en el mirador, apoyados en la colección de scooters trucadas al son de un mechero que no paraba de quemar hierba, iba poblándose de musarañas a cada lección, a cada nuevo vocablo aprendido, como si todos fuesen retrocediendo en el tiempo y él por contra madurase a pasos agigantados sin apenas poder percibirlo.
COU era algo más que el paso previo hacia un futuro laboral lejano, en algunos casos infinito; suponía armonizar de modo inmediato la penumbra de horas que tanscurrían desde las ocho y media hasta las tres menos veinte. Era desdibujar para luego borrar por completo el cúmulo de miradas, chapuzones y cubatas que dejaba tras de sí el huracán veraniego, y grapar en su lugar un calendario firme y rechinante en el cual organizar las dieciseis horas restantes a las de sueño en desayunos, clases, prácticas, recreos, comidas, televisión, amigos, estudios y novia.

Porque Dani, además de lograr sacar a flote el plomo profundo y opaco de una montaña de apuntes de letra pulcra e inmaculada, también sabía cuidar y valorar los encantos de Laura, una chica castaña de pelo enmarañado y pecosos pómulos prominentes, con la que gozaba evadiéndose de la mediocridad en aquellos enormes ojos canela, vivos e inteligentes como ardillas trepadoras. De ella sólo podría decir que estaba profundamente enamorado, era la única certeza inamovible de su carruaje de sensaciones; no sabría decir exactamente de qué, pero seguramente fuera de su extraña habilidad para mantenerse siempre constante e impasible. Sí, aquella era la virtud y terrible defecto que lo envolvía cada segundo de su vida en una red cuya madeja formaba un bucle obstinado en no dejarle absuelto del pecado de quererla a todas horas. No era el simple deseo carnal, que por supuesto tambien lo había aunque no siempre de modo recíproco; tampoco su simpatía, encanto personal o inteligencia maestra, que también había a raudales. No, nada de aquello era realmente lo que le había hecho perder la cabeza de aquel modo tan desenfrenado, ni siquiera la conjunción de todas aquellas condiciones escritas a la fiel medida de su gusto. Era esa manera de decir hasta mañana sin exteriorizar remordimiento alguno por tener que esperar otro maldito saco de horas hasta la tarde siguiente. Era esa manera de decir que ese fin de semana tenía cosas que hacer y no saldría, sin más contenido en la frase que lo estrictamente vertido en aquellas palabras, sin manta que prestarle para guarecerse del frío de un sábado sin su mano a la cintura. Era ese espejo en el que se miraba tratando de encontrar un mismo sentimiento exacto de amor eterno sin más resultado que una vaga promesa de vivir al día, poco a poco, sin agobios. Era esa utopía de esperar cada día la frase que definiese la felicidad desbordante que sentía al verla llegar, con su pantalón marrón, su jersey a rallas y su cola de princesa callejera. Aquella era la verdadera droga que lo zarandeaba a su antojo, como una marioneta de papel danzando sobre una hoguera de encuentros hambrientos de gloria. Supo él de su tambaleante debilidad cuando al poco de empezar a quedar se vio por primera vez precario de recursos ante aquella extraña melaza de risas calculadas y caricias a contrarreloj. Nadie jamás logró hasta entonces hacerle sudar de aquella manera sin sexo alguno de por medio, hacerle sentir un simple monigote acobardado ante aquellas palabras sin intención que se iban grabando a fuego en su cerebro mientras él, sumiso al aluvión de parpadeos y mesura de cabello, sólo podía abandonarse a idolatrarla y ensalzar aquel mágico magnetismo que lo estaba haciendo levitar como nunca después volvería a hacerlo jamás.

PAISAJE DIFUSO

El mundo no es tan simple como quieren hacernos creer.
Los contornos son imprecisos, los matices cuentan.
Nada es negro o blanco; el mal puede ser un disfraz
Del bien o la belleza y viceversa,
Sin que una cosa excluya la otra.
Un ser humano puede amar y traicionar a la persona amada,
Sin que por eso pierda realidad su sentimiento.
Se puede ser padre, hermano, hijo y amante
Al mismo tiempo; víctima y verdugo...

La vida es una aventura incierta en un paisaje difuso,
De límites en continuo movimiento,
Donde las fronteras son artificiales;
Donde todo puede acabar y empezar
De nuevo a cada instante, o terminar de golpe,
Como un hachazo inesperado, para siempre jamás.
Donde la única realidad absoluta,
Compacta, indiscutible y definitiva,
Es la muerte.
Donde solo somos un pequeño relámpago
Entre dos noches eternas y donde, amigo papel,
Cada día me sobra menos tiempo.