
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.
Yo por este entonces ya ves, aún sigo vivo de milagro, a pesar de los mil años ajados a mi frente ¿Y cómo demonios iba pues a cortejarte? Amarte es empeño de jóvenes altivos; campaña para esos azarosos engreídos que empeñan su vida agasajando a la diosa juventud. Ella y sus piernas de antílope dorado sesgarán pronto de cuajo éste parsimonioso andar mío, y su deambulante paseo final por la cola de la vida la sumirá por fin, como a tantos otros, en el olvido más denso y desolador.
Necesito tus ojos para comprobar certero que aún les caben los míos, en el reposo que nos ofreciera el ámbar de un semáforo, apenas en la fracción de tu saludo; no más crúzame la acera para anudarme al menos por ese instante a tu brazo. Déjame paladearte el desvanecer de aire fresco en la hoguera de los años, en la quema de momentos ingrávidos; aquellos en que todo era por algo y tan absurdo, tan estúpido cavilar... Aquellos en que muerte no sonaba ni a horizonte, ni contaba otro día, ni llegaste a este mundo a esperar que te hallara. Ya ves, se me ha ido la vida planeando vivirla, en un ratito aquí, con mis veinte años arrugados entre esparto y aguaderas.
Cásate conmigo amor. Lo maravilloso de ser viejo es que por más que ahora te empeñases, no podrías serlo. Mi bastón sabe tanto del mundo que te queda por caminar como de estrellas la luna ¿No es asombroso llegar a este puerto queriendo querer tanto? Ya adolecen de vigor mis brazos, la voz se me timbró otoñal con cada navidad y la lengua estalla a veces en rebeldía cuando el corazón me grita que te adore un poco menos; pero cada día te seguiré aguardando en el parque querida, en mi banco quejumbroso y harapiento de astillas, a la espera de que me abanique el día una sóla de tus pestañas ¿Cómo va uno a morirse dejando un propósito tan firme en el aire?
Podrás amarme o no, pero nunca me llevarán a un depósito de ancianos como castigo por haberme dejado envejecer.