
La eternidad es una de esas paradojas que tiene la conciencia, la inquietante idea de un siempre con mayúsculas en bucle, con su espanto de ojos de plato buscando abrigo en cualquier religiosa fe que ampare a una mente frágil como pompas de jabón. Es la eternidad quien obliga al amor a buscarse un par de corazones que amarrar, no la perpetuación de la especie. La que hizo del grano trigo y del trigo pan bajo el disfraz de hogaza en pueblos como el mío, la que alimenta al cariño en su espejismo de continuidad soñada y pobre.
Es mi vida un castillo de sueños intangible.
Un cúmulo de experiencias desordenadas que desfilan a la velocidad de la luz haciéndonos creer que llegamos siquiera a rozarlas, pero todo es caduco, somos seres inconscientes por completo de la magna realidad; lo único real es que nadie se ha parado a reflexionarlo en su justa medida. Ni siquiera valdría como medicina el reencuentro con quienes se nos fueron en el camino porque ella es así, absoluta, y como tal, eternamente desapareceremos en la forma que fuimos al inicio de los tiempos, la nada. Es la propia etérea idea de lo eterno lo que nos empuja a obviarla o, en el mejor de los casos, a mirarla siquiera de soslayo.
Saber que cuanto conoces y, mucho peor, entiendes de lo que llamamos vida en toda su grandeza de continuo aprendizaje volará antes o después por más infatigable que sea nuestro empeño le resta valor a este teatro de días que seguimos quemando, es duro pero cierto; tanto como que no me salvaría ni la idea del paraíso si algún dios justo bajase a buscarme, le devolvería su biblia y le invitaría a pasar una noche en cualquier hospital infantil; cielo e infierno son símiles cuando es la aplastante e inmortal eternidad quien los va a arropar por los siglos de los siglos.
Es tan pulcra su toga y raídas sus alas que por más que lo intento no encuentro manera de justificarla y menos asumirla por completo cuando en plena madrugada, se acentúa en mis parajes de ensoñación como el crujir de puertas en una noche vacía, neurótico tras la inalcanzable concepción de su inmensidad.
Es tan inabarcable ese infinito que nuestras cabezas vienen de fábrica con las puertas que lo encierran bajo llave, ella brama en su caja de Pandora; y quién me asegura que jamás nada la hará escapar… Apeirofobia lloran quienes temen al infinito, lo mío es respeto y raciocinio mientras logre seguir teniendo claro que la felicidad es darse cuenta de que nada es demasiado importante; apartándola a mi antojo de los pasos que me guían en esta bochornosa y mojada tarde de Junio.