
Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Filósofo francés.
A las claras del día te llevaré hasta allí posada en mis alas para que al fin muera la ciudad, acuchillada a besos en un amanecer de vida.
Y lo haré despacio, fracturando los bolsillos de urgencia; con la misma diligencia con que llegaste a mis días, sin reflexión ni juicio, presta en tu solo modo de mirarme. Y te llevaré al olor de mi ayer más lejano para que sepas quien soy, para que te desbarate como a mi el levante cuando nos muerda el pelo. Iremos para que nos trepe la marea, porque sólo allí aprenderás a violar los relojes ¿Sabes? Ahora sólo irrumpo en su caricia cuando ciñes mi mano a la tuya. Y debe ser por algo amor, por algo demasiado colosal como para obviarlo un solo minuto más y necesito encontrarme; escapar de mí para hallar aquel sentido que escupía sonrisas a cada instante vivido.
Los otoños que nunca fueron tienen que estar allí, atrapados en algún latido breve, en algún arañazo de bocas revolcadas en la arena. No hice más que desertarles el abrazo, repudiar aquellos aires de hoja caduca y ahora daría mi vida por rozarlos siquiera, por alimentarme de sombras... Los pasé por alto bajo tanta primavera y ahora... Ahora necesito evocarlos de cerca, cara a cara. Respirar una última vez todo aquello que era mío y ya perdí para siempre, hoy que ya no le tengo miedo a la vida, sólo a su nostalgia.
Te arrastraré sí, bajo esta ropa mordida de recuerdos hasta ese universo que encierro de orilla a orilla y podrás al fin apartar cuanto te sobre, rehuirle al colectivo lo mundano de su prisa, de su impaciencia por tener hasta henchirse de ansia el vientre. Yo... Yo te llevaré justo donde colinden tierra y mar, a ese límite del mundo que todos dicen conocer pero ya nadie paladea. Y vendrás para que mi patio linde con el tuyo al ver la tarde tornarse caramelo, cuando el techo del mundo tenue se acicale de estrellas y muera en los labios de la luna la menguada lengua del sol.