
"Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola mujer y, consecuentemente, no es probable que tropiece con ella".
José Ortega y Gasset (1883-1955) Filósofo y ensayista español.
Tenías la bestia en el corazón, arrinconada en su trinchera, desafiante como yo. Tenías la bestia enjaulada, refugiada de besos, de amores que matan... Por eso vine, para que marchases a mí tan frágil como quisieras.
Había pasado esta vida sin rogarte el aliento, con tu mismo oleaje en la garganta, a gritos contra el universo. Había acatado los días de ser, tan crudamente enemistado con el mundo... Había pasado la vida sin saber que te espero, sin saber que eras tú, como si todo lo bello pudiera estar acaso en otra parte. Yo te aguardaba la huida de todo y jamás pude entenderlo, hasta ese instante bendito en que entraste en mis ojos para habitarlos por fin... Cómo iba a ser si no. Sabes que me enamoré de inmediato aquella tarde y todo milagro merece el poema que en sí alberga; apenas lo supe hasta esta mañana en que olvidé darte las gracias por ti, por doblarme siempre la mirada en una misma dirección.
Por si se nos tropezaran los besos cualquier tarde, en el minuto más insospechado, necesitaba que supieras que se me ocurrió quererte pese a todo, a sabiendas de que nadie se lleva nada, que morimos y todo se queda en la vida amor, porque pasa de momento, porque nada escapa a ella... Marcharemos un día sí, como todos, porque han de venir nuevos amores a poblar el suelo, pero ya todo habrá de ser el verbo duplicado, nuestra sombra entre abedules. Será volver, a reincidir lo amado, un rebesar de bocas que parodien nuestra grandeza, no más que asomo ante lo nuestro. Quería decirte que eras tú, con tu maletita de sueños desbordándome la vida; que no hay voz que cite este verso tan tierno que es quererte, delicado hasta quebrar de aire su peso.
Espérame cinco minutos, aguárdame por siempre. Yo me enamoré de quien me había de enamorar niña... ¿Acaso existe mayor fortuna?