
Paulo Coelho. Escritor brasileño.
Como hiende el aire tu mirada... Así cabalgan mis sueños a lomos de tu ser callado.
Llevo cien vidas ahogado en tu voz, agazapado a tu hermosura. Cien vidas y una tarde de invierno, como esta, como tantas que sin esta serían tiempo, sólo tiempo. Por eso me he empujado a este momento, a despeñarme en tus pupilas por este corazón errante.
¿Sabes? Ahora frente a ti parece tan sencillo decir te quiero; te miro en calma y resulta tan obvio que el universo pretenda tu boca... pero esto es mucho más que simple y puro amor. Esto crece aquí adentro, como el vals de la marea; como le brotan nostalgias a la calle de mi infancia, y no logro contenerlo ni un sólo segundo más. Es... es como hilvanarte el alma de terciopelo, así de henchido me lates cada latido.
¿Cómo hacerte ver...? ¿Cómo decirte que estoy en los suburbios de tu esmero niña, de tu prisa por saberme? Soy... Apenas sí soy un contorno a tus dominios, la oquedad de tus pisadas, y es tan terriblemente triste, tan miserablemente injusto...
Tú no lo sabes, pero necesitaba gritarte desde esta periferia de tus días cuanto siento la desazón de las petunias a tu estela en el jardín, los celos que le arrancaste a la luna cuando el sol te amarró el pelo con la sombra de un ciprés. Tenía que llorarte ese vacío en que me habito, las raspas de tu curiosidad, de tu desquiciante falta de apego... ¿Es que no hueles el desvarío en las nubes? Nadie lo hace, pero mira como mueren lentas cuando tú, solamente tú, vas a alzarles la vista ¿Lo ves? Caminas y se ensancha el parque niña, sólo quería decírtelo porque nadie hoy se ha parado a contemplarte y yo... Yo necesito que me sepas tuyo.