
"Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía".
Gabriel García Márquez. Escritor colombiano.
La lloré, luego existí. Y no será necesario callarlo por más tiempo, ya la vida sola se ocupó de volverla un erizo moral, de rechazar a espinazos cuanto quise saber de ella, cuanto hice por amarla.
Así, justo como nunca pasaría, como se abandona un perro al morir la navidad, por la indolente puerta de atrás marchó. Así, como muda en un descuido el niño a hombre en unas manos de mujer, sin hacer apenas ruido. Justo de aquel modo, sin disputas ni contiendas, sin tiempo para esas dudas que jamás nos asaltaron, soñándole un futuro inmutable a este cementerio de besos; así me fui desangrando en su atroz desliz. Sin una riña en que abrigar el refugio de mis noches, sin un resquicio en que atisbar el precipicio, llorando ingenuo mi perplejidad, desnudo ante la quiebra de mis días... Así se fue, con todas mis cartas y flores, con la ropa que siempre nos sobraba. Se alejó desidiando el drama, con el hueco de mi cama en su costado, extraviando los andenes desandados. Sin huellas ni testigos de cargo zarpó, perfecta en la ejecución del derrumbe interno.
Y marchó para quedarse entre mis tripas cobijada en otro torso, con la apatía mordiéndole el recuerdo. Cansada de estas manos usuales, de este amor habitual que le recitaba al oído el pálpito de adorarla cada segundo de toda una vida. Protocolaria en sinrazones partió, con las pupilas lejanas camino de otros ojos y un corazón inhóspito a los míos. Y yo, vacío de mi, viví por siempre desalojado de la vida tras la sombra de la musa.