
Pan y circo en la política como en el amor, a ratos términos tan dispares que únicamente al contemplar a las parejas desde este alféizar de mi ventana aproximo mental y consecuentemente sus estelas (en exceso de un tiempo a esta parte). Todo me cabe en el embrujo de este juego. La violencia inusitada de los caimanes al acecho de un ocelote no dista de la que derrama un gorrión enjaulado cuando llega la feliz ancianita y le encaja su ración de alpiste y agua rancia. Vivimos para exigirnos algo más día tras día; las necesidades más altas ocupan nuestra atención sólo cuando se han satisfecho las necesidades inferiores de la famosa y maldita pirámide de Maslow. Entre autorrealización, reconocimiento y no recuerdo cuantos escalones más oscilan los presentes y futuros de nuestra equívoca generación. Y se van los días, esos sí que no vuelven.
Yo, bohemio de mí, quiero creer que hay algo más que pura mecánica psíquica (racional versan algunos...) en toda esta maraña de desazones; no pueden ser la honestidad o la ilusión combustible que arda dentro de cada ser humano sin repercutir en su ensimismado don del buen hacer.
Cuando miré a la cara éste sábado de un niño regordete jugando en la arena con su amigo a tenis invisible disipé mis dudas entre sus pecas; pronto también se reirán crueles de ellas y él deseará no haber nacido, pero al menos, sé que aún no está todo perdido.
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