RÁFAGA DIURNA

"Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única".

Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

LA MELODÍA DEL ALMA


"Quienes pueden, pueden porque piensan que pueden". (Virgilio)


La música es el único cielo que nunca me ha dejado caer. Nunca.

Desde que tengo uso de razón, he ido por la música escuchando la vida. A los 10 añitos le pedí un balón a los Reyes Magos y me pusieron una guitarra enorme recien barnizada en las manos. Siempre me encantó que nuestro amor fuese sólo cuestión de pura magia, sin intencionalidad alguna, dando rienda suelta al destino. Casi 23 años después, la aprieto fuerte contra el pecho y seguimos latiendo tan juntos como el primer día.

Mi padre, faro de mi vida, siempre me alumbró desde dentro con la cegadora luz de los que nacen, crecen y se marchan de esta vida siendo libres y felices con la humildad cosida al corazón. Él me enseñó todo cuanto sé, soy y seré. Desde pequeño, me inculcó que dormir sin soñar es de cobardes. Por eso me acostumbré a soñar día y noche, sin excepción, que algún día sería capaz de dar vida a una canción. Algo tan simple, tan sencillo y a la vez inmenso floreció en mi cuando comprendí que el silencio estaba lleno de palabras que se lleva el viento; melodías que nadie recoge y el mundo las deja pasar de largo como si acaso no fuese una tragedia dejarlas morir.

Así, tras 11 años navegando con mis compañeros a lo largo y ancho de casi 700 escenarios, hoy me detengo en un recodo del camino, echo la vista atrás y sigue resultándome increíble que este puño, tinta y corazón lograse parir a sus propias hijas, las cuales se han ido haciendo mayores a la par que más y más hermosas a ojos de su orgulloso padre. Hijas con nombre de canción como Nudo Marinero, A tu Lado, Trece, A los Pies de la Luna, Cuatro Vientos, Pa mi Rumba, Noches de Luna y Candil, El Tanguillo, Sin tu Lumbre, Malayerba o Señales de Humo son pedacitos de mi alma; momentos imborrables de una vida que plasmé en folios emborronados a cambio de nada, encerrado en la soledad de mi cuarto a lomos de una guitarra, con el único y sincero objetivo de hacer feliz a todo el que las quisiera hacer suyas.

Hoy me quedo con esos ratos que duran toda una vida; con la infinita belleza de quien teniendo poco, entrega hasta la nada que le queda. Para mi, las mejores cosas de la vida nunca han sido cosas, ha sido música. La música, el pellizco encerrado en las notas de mis sobrinas Villancicos en Mayo, Delincuentes y Poetas, De Orilla a Orilla, Qué te Daría Yo, Sabor de Rumba, Di que Sí, Ya Estamos Aquí, Mineápolis, Llévate mi Corazón o Vivo del Aire. Melodías y acordes que crecieron y nacieron de estas manos; que florecieron sobre estas mismas seis cuerdas de siempre para posarse luego en los oídos del universo y darle vida al silencio de la nada.

Hoy, más viejo y sabio, he comprendido por fin que a veces herimos mucho más con el escudo que con la lanza. Que hay personas que trenzan las palabras como si no dolieran, pero saben cuánto duelen. He descubierto que hay un millón de razones para seguir perdiendo la razón y que tratar de sostener la arena, jamás podrá detener el tiempo.

He aprendido que lo que no nos rompe, nos afila y sobre todo, me han enseñado que lo triste en esta vida no es tocar fondo, sino techo. Ojalá el lugar en el que dicen que termina poniéndonos el tiempo sea al lado de alguien que se quede esperándonos aunque lleguemos tarde. Yo, de momento, sigo convencido de que las mejores vistas se tienen al lado de las personas que, al verte las cicatrices, sonríen y se acercan un poco más.

Escribir a corazón abierto no te hace vulnerable, te hace verdadero; por eso hoy, con la misma guitarra, la misma libreta, la misma ilusión y el mismo lápiz de siempre, miro al puñado de nuevas canciones que he parido estos últimos meses y, como buen padre, estoy deseando llevarlas a pasear al parque porque las he querido, quiero y querré tanto como a sus hermanas mayores.